Estimados amigos,
les presentamos la primera edición de PEGASUS INTERNACIONAL EN ESPAÑOL,
que forma parte de blog italiano de Paolo Secondini
P E G A S U S - http://nuovanarrativa13.blogspot.it/
Los autores que publican en este proyecto no pierden sus derechos de
autor y permiten que sus relatos se traduzcan a otros idiomas para los números
subsiguientes de Pegasus Internacional.
Para que este proyecto siga creciendo, ruego a los escritores de lengua
española interesados que envíen sus colaboraciones para el próximo número a la
responsable de la edición en español de Pegasus Internacional, Adriana Alarco
Mes de abril, 2015
ATZAED ARREOLA (México)
LEER TENUE
Capítulo I
Evité el prólogo y los
agradecimientos, también el epígrafe. Estoy a punto de cambiar de hoja y aún no
te leo desnuda. Hasta ahora tu pasado se descubre lleno de frases hechas a condición
de un eco desafinado. Quiero encontrar las líneas que me narren los motivos de
tu sonrisa. La noche es lluviosa en este pedazo de ciudad, por eso, sediento
bebo el café para hacerme de insomnio a tu lado.
Capítulo II
Estoy consumiendo el
libro, consumiéndote. Ahora sé que el arte se alojó en una de tus piernas.
Pausa. El sonido de la noche se llena de golpes, se escucha que incitan a la
muerte arras de asfalto. Los muros de mi habitación son incapaces de absorber
el ritmo de la vida. Pero el escándalo no me imposibilita para percibirme más
holgado mientras te retomo. Hago notas de tus manías en una pequeña libreta.
Capítulo III
Una rama tocando a la
ventana es el único susurro en este momento. Sin tiempo explícito, pienso que
luz podría amenazar con apagar la noche, me apresuró a formular una hipótesis
de las ondas de tu cabellera, de mis manos perdiéndose en sus analepsis. Tengo
ganas de abrir el libro páginas adelante.
Capitulo IV
Sigo tus gestos al pie
de la letra. La oscuridad recobra su tiempo en el ámbar del alumbrado público.
En la siguiente página tu hombro desnudo me incita para que continúe
examinándote, se vislumbra la senda de tu espalda. Me levanto del sillón y me
mudo a la cocina para hojearte al sabor de otra taza de café. De un instante a
otro el ombligo se presenta como incentivo, casi puedo percibir la tibieza de
tu vientre. Repaso el párrafo una vez más para madurar la imagen.
Capítulo V
Como un disparo
inverosímil la luz del día aparece. Por ahora un separador prolongará el momento
que nos toca juntos. Mañana recapitularé en el vaho de la noche y después
intentaré llegar más allá de tus expectativas, penetrando tus metáforas,
haciendo tus líneas mías repitiéndolas en voz alta.
Atzaed
Arreola, México D. F. (1983). Licenciado en Creación Literaria
por la UACM. Cocompilador y autor del libro Poetas de reserva, antología
poética San Lorenzo Tezonco (2013). Publicaciones: Cinco poemas,
en revista electrónica de literatura Circulo de Poesía, abril 8 (2015). Poema,
“Algoritmo”, en revista C2 Ciencia y Cultura, Enero-Febrero, número 5 (2015).
Reseña, “A la sombra de una narrativa violenta”, en Laberinto, suplemento del
periódico Milenio, número 603 (2015). Minificción,
“Antes del flamenco”, en revista Manifiesto azul, número 15, España (2014).
Minificción, “El chanfle”, en antología Futbol en
breve / microrelatos de jogo bonito, Ed. Puerta abierta (2014). Ensayo, “El
arte de llorar por un zapato” en la revista AlterTexto (2014). Participante en
lecturas en voz alta en: la XXXIV Feria Internacional del Libro del Palacio
Minería y en la Feria Internacional del Libro en el Zócalo de la Ciudad de
México (2010).
JAVIER PERUCHO (México)
Solitaria
No sé cuándo lo aprendí ni quién me
lo enseñó. Ya que don Humbert no me llenaba durante las noches ni con sus
turgencias matutinas. Cuando entraba a la ducha y su cálida llovizna caía sobre
mi cuerpo, mis manos tentaleaban la grieta de mis piernas hasta que sonreía,
hasta que reía, hasta la carcajada profunda de una dicha sin sosiego. Luego
enjabonaba el cabello. Con una esponja tallaba piernas, brazos, axilas, rostro
y manos. Cuando salía, Humbert me preguntaba, Qué tanto hacías ahí dentro, se
oía mucho ruido. Nada, invariablemente le respondía. Y seguía mi camino hacia
la recámara para escarmenar y secar ese torbellino que sobrevolaba mi cabeza
—así le decía don HH—. Pero antes de vestirme, clausurada la puerta con el
cerrojo, el cordial de nuevo husmeaba entre mis labios vaginales, pero sin
llegar hasta la carcajada.
Javier Perucho, “Solitaria”, en Enjambre de historias, México, 2015,
UNAM-CCH Naucalpan (en prensa).
LOLITA LA PARVULARIA
¿Qué quieres practicar el 69 conmigo,
Humbert? ¿No te platicó mi madre en una de esas noches de verano en que
suspirabas, imaginabas y deseabas mi cuerpo mientras la poseías en su alcoba,
que nomás cursé hasta el tercer grado en una escuela pública donde apenas
aprendí a contar —a costa de azotes en el trasero, aullidos de la profesora y
bofetadas maternas— hasta el número cincuenta? ¡So borrico!
Javier Perucho, Anatomía de una ilusión, México, Cuadrivio, 2015 (en
dictamen).
CRISTINA POR LA MAÑANA
Llegamos a la carrera y nos aventamos
y nos acomodamos para espiar a Cristina mientras se bañaba. No la fisgoneábamos
por la grieta de la puerta del baño como lo hace el abuelo de la vecindad.
Subíamos a la azotea para verla desde ahí, ya que la ventana era larga y ancha
y ella no la cerraba. A veces yo suponía que ella nos veía de reojo, como para
enterarse de quién subía, quién miraba y quién estaba. Seguramente se divertía
mirándonos cómo se nos caía la baba cuando se enjabonaba los senos, para mí
unos perales, jugosos y azucarados —así me supieron la única vez que me dejó
embrocarme a ellos, pero entonces desconocía que había que succionar, lamber,
barrerlos con los labios y hablarles en susurros—. Aquella tarde me enseñó. Con
nadie más se dejó tocar. Sí nos permitió que la contempláramos durante su baño
matutino.
Todos tumbados sobre el piso, la mano
en la barbilla, en silencio, arrobados por su cuerpo húmedo, en cuyas
cordilleras soñábamos cada noche. Nada me perturbaba más que verla enjuagar su
cabello, que se entallaba a la silueta de su cuerpo de tan largo, negro y
rizado. Como serpiente se le enrollaba desde la nuca, los senos y hasta el
vientre y ahí se fundía en la abertura de sus piernas, donde resplandecía de
tan negro.
Al terminar de bañarse, se barría el
agua de su cuerpo con las palmas de las manos, luego se secaba con una toalla,
que enredaba a su cabellera, con cuyo extremo después se limpiaba la cara. A
punto de vestirse, se dirigía a la ventana para cerrarla, desde ahí miraba
hacia nosotros por un segundo. Más tarde salía en bata, con sus útiles de baño
en una cubetita. Y en lo que trazaba el siguiente paso —sus sandalias repetían
plas, plas a cada paso— miraba de nuevo a la azotea, hacia esos niños que le
mendigaban una sonrisa. Ahí nos dejaba pellizcándonos entre nosotros,
respirando agitadamente, la cara al sol y la mano en la bragueta.
Javier Perucho, “Cristina por la mañana”, en José Manuel Ortiz Soto y
Fernando Sánchez Clelo (antólogos), prólogo de Lauro Zavala, Alebrije de
palabras. Escritores mexicanos en breve, Puebla, Benemérita Universidad
Autónoma de Puebla, 2013, pp. 75-76.
Javier Perucho es
doctor en Letras por la unam y
miembro del Sistema Nacional de Investigadores; narrador, ensayista y editor.
Autor de Dinosaurios de papel. El
cuento brevísimo en México; Yo no canto, Ulises, cuento. La sirena en el
microrrelato mexicano; El cuento jíbaro; La música de las sirenas; Hijos de la patria perdida; además de Ocaso de utopías, entre otros. Tiene en prensa dos libros de
narrativa breve, “Enjambre de historias” y “Anatomía de una ilusión”.
JOSÉ MANUEL ORTIZ
SOTO (México)
Minificciones
Génesis
A sus pies, el mundo
era una mierda por el lado que lo viera. ¿Tenía sentido hacerlo redondo
nuevamente? El escarabajo dijo que sí y continuó empujando el pedazo de
excremento.
Ascensión
El anciano hechicero acaba de morir. Los aprendices de la tribu
reclaman la vacante. Según milenaria tradición, el elegido será aquel que
devuelva al carcomido cuerpo del difunto la juventud perdida. En cada intento
fallido, el aspirante es sacrificado. Ungido el cadáver con la sangre joven
derramada en la hecatombe, un nuevo y apuesto hechicero resucita.
Naturaleza viva
—La vida aquí no es
fácil —musita el árbol más sabio de la isla y muestra a los visitantes sus
oscuras cicatrices—. Si no son los temblores que retuercen la tierra desde las
entrañas, es la montaña con sus vómitos ardientes o el océano con sus olas devastadoras.
Debemos aceptarlo, la naturaleza es atroz.
Tras escuchar al viejo
cedro, los náufragos elogian su sapiencia. No podría haber mejor canoa que los
regrese al continente.
Floración
Despertó sobresaltada.
Soñó que iba desnuda por la calle, seguida por una turba de chicos, colibríes e
insectos. «¡Qué locura!», se dijo ante lo inverosímil de la historia y entró a
la ducha. Mientras el agua removía los últimos remanentes del sueño, vio como
al contacto de sus manos jabonosas, los minúsculos botones de sus senos
comenzaban a abrirse.
Esa mañana, camino a
la escuela, Diana exhibía orgullosa sus fragantes alcatraces.
Crucero
Para Beto Gómez, mimo
Era maestro
en el arte de comunicarse sin palabras. En noventa segundos, los automovilistas
veían transcurrir ante ellos escenas tomadas de la vida misma. La actuación
terminaba cuando el mimo recogía del piso una mochila inexistente, decía adiós
al público imaginario y echaba a andar por un camino que iba construyendo a
cada paso, seguido por la verde mirada del semáforo.
Ausencia
Como cada tarde, al
volver de la escuela, la niña se detiene frente a la puerta entreabierta de
aquella habitación.
—Anda, ve y cuéntale a
tu mamá cómo te fue hoy —ordena la abuela.
Dubitativa, la
chiquilla atraviesa el cuarto repleto de aparatos y oloroso a medicinas. Deja
caer la mochila en el suelo y se acerca a la cama.
—¡Tú no eres mi mamá!
—solloza al rozar con los labios el rostro inexpresivo y ausente de la mujer
allí postrada. Luego, incapaz de soportarlo más, la niña sale corriendo de
aquel lugar.
Obscura obsesión
Tejió en el marco de
la ventana la mejor de sus telarañas. En ella cayeron pájaros de plumas
coloridas, serpientes esquivas y montones de gatos curiosos que rondaban la
casa abandonada. Solo la luna pasa tan oronda entre los hilos de seda para
mirarse y juguetear en el espejo del ropero. Pero la viuda no pierde la
esperanza de atraparla, y menos después de haber probado hasta la carne blanca
de un ángel trasnochado.
Cicatrices o el árbol de Diana**
Frente al espejo, observa el trazo
irregular bajo su seno izquierdo, semejante a un gusano de seda fosilizado.
Siente su textura, apenas un poco diferente al resto de su piel. Sin plena
conciencia de por qué está ahí, responde a la curiosidad de sus amantes que por
ese sitio asoma, de vez en vez, la estructura argéntica en que descansa su
frágil fenotipo humano.
—Todo esto —señala su vientre, los
muslos, el sexo— es el pretexto para que mi alma viva. Si alguien me enamora,
la cicatriz se inflama y brota un árbol. A decir de una gitana, cuando
encuentre el amor verdadero no necesitaré esconderme bajo ningún disfraz.
Diana siente una punzada en el costado
izquierdo. Sonríe. Quizá valió la pena besarse con la chica de la fiesta la
otra noche.
Desembarco**
A la memoria del Dr. José C. Soto C.
La devastación de aquel lugar me recordó algunas imágenes posteriores al
desembarco de los aliados en Normandía. Busqué con la mirada los miles de
cadáveres dispersos por la playa, pero solo había arena y arbustos calcinados.
Nos internamos en la isla. Los nativos parecían no darse cuenta de nosotros,
tal vez era su manera de negarnos. Conseguimos hacernos entender por una niña,
que señaló una hilera de puestos montados sobre horcones y tablas, donde un
grupo de mujeres servía tazones de sopa hirviente y platos de carne. Pasamos el
resto de la tarde caminando por la aldea.
—Ve a casa y diles que todo está bien,
yo aquí me quedo —te oí decir cuando el sol oscuro de aquellas tierras se
desvanecía en la oquedad del mar.
Hace rato que el teléfono timbra. Del
otro lado de la línea, la voz agrietada de mi hermana dice: «Papá ha muerto».
¿Cómo podría explicar a la familia que yo te acompañé en tu último viaje?
Fuga
Parece que las cosas
comienzan a cambiar. De la nada, mi mujer recupera el deseo perdido y me brinda
la noche más intensa de la que tengo memoria. En el trabajo, el jefe me llama a
su oficina y me da el resto de la semana a cuenta de vacaciones
extraordinarias. «El lunes hablaremos del ascenso que está pendiente», agrega.
Hace mucho que no
camino por la ciudad a esta hora. Las avenidas, apenas transitadas por unos
cuantos carros, lucen vacías. El cielo —de un azul clarito, casi trasparente—
permite fisgonear a pleno sol la silueta opaca de la luna y las estrellas.
¿Adónde voy? No tengo
idea. Solo sé que así estoy bien y no volveré atrás.
*Todos los textos son parte del libro Las metamorfosis de
Diana (Fábulas para leer en el naufragio), de próxima edición.
**Publicados en Rosana Alonso y Manuel Espada,
Deantología, la logia del microrrelato, Talentura, 2013, España.
José Manuel
Ortiz Soto (Jerécuaro, Guanajuato, México, 1965). Médico
Pediatra y Cirujano Pediatra. Ha publicado los libros de poesía Réplica de viaje, poemario (Lagarta azul,
2006) y Ángeles de barro (Lagarta azul, 2010); y de minificción, El libro de los seres no
imaginarios. Minibichario (Ficticia Editorial, 2012), con Fernando Sánchez
Clelo Alebrije de palabras:
Escritores mexicanos en breve (BUAP,
2013) y Cuatro Caminos (BUAP, 2014). Coordina la Antología Virtual de
Minificción Mexicana (http://1antologiademinificcion.blogspot.com/)
y Médicos Mexicanos por la Cultura y el Arte (http://medicosmexicanosporlacultura.blogspot.com/);
y sus blogs personales son Cuervos para tus ojos (http://cuervosparatusojos.blogspot.com/),
Ángeles de barro (http://angelesdebarro.blogspot.com/) y Un pingüino rojo (http://unpinguinorojo.blogspot.com/). Twitter:
@jmanolortizs
PAOLO SECONDINI, ADRIANA ALARCO,
PEPPE MURRO
PRISIÓN
Trato
de entender mi situación. Me observo alrededor: se puede decir que lo hago
siempre, desde que me encerraron en este espacio angosto y limitado por unos
confines insuperables. Quien me colocó
aquí adentro es un ser cruel. No se
preocupó de preguntarme si me hacía feliz. Sin embargo, lo que ahora me importa
es saber cómo huir de esta prisión. No
es nada fácil… soy la figura de una mujer pintada al óleo sobre una tela de
cincuenta por setenta centímetros.
Cuando
una luz blanca iluminó mi prisión dentro del marco, empezó a revolotear mi
túnica celeste. ¿Podré mover un brazo?
¿Podré cerrar un ojo? ¡Hago un esfuerzo y mi zapatito azul se mueve hacia el
mueble que está debajo del cuadro, en la habitación donde me han colgado!
¡Espero que no pase esa nube negra delante de la luna en este momento! ¡Oh, pinceles y colores! ¡Suéltenme! ¡Quiero salir!
Quien
me pintó quizás no ha sido cruel: creyó que podía evitarme el desgaste del
tiempo encerrándome entre estos colores, en esta eterna y victoriosa juventud.
Deseaba conservarme siempre como aparecía yo en sus sueños. Pero se equivocaba: ¡yo sólo quería estar
viva!
Los tres escritores que publican
este cuento compartido son asiduos en el blog de Pegasus, siendo Paolo
Secondini el director de esta conocida revista virtual que ha decidido publicar
números en varios idiomas latinos, como el presente primer número en español
que luego podrán formar parte de los números en italiano, en francés y en
portugués.
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